Tras unas pocas horas de sueño, me levanté a las 10,30 y fuí saltando de parque en parque hasta llegar a la zona del puerto. Allí, me metí en un barrio de casas viejas-barracas junto a la lonta de pescado de Tsukiji, que era exclusivamente de pescaderías con el pescadero vociferando frente a su puesto para atraer clientes, y de restaurantes de sushi. Di cuatro vueltas por las callejuelas y entré en uno de ellos, donde me quité el hambre a base de montoncitos de arroz con ebi, con iwashi y con otros pescados más difíciles de identificar.
Volví por la zona de Shimbashi, la parte más moderna, llena de rascacielos impresionantes y autovías elevadas entre ellos.
A la noche, salí a cenar por el barrio. Había un gentío enorme, la zona de calles peatonales hervía de bullicio. Parecía que todo Tokio había ido al santuario de la zona, el Senso-ji, que creo que es el más popular de Tokio. Algo así como La Santa de Totana el día 7 de enero, pero en urbano y con 27 millones de habitantes. El santuario estaba precioso, iluminado y adornado con grandes telas.
Una zona de fumadores en plena calle, en Ueno. La gente allí, de plantón, con el fresquete que hacía.

El Senso-ji iluminado visto desde el mercadillo.


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